Palabra Pública N°16 2019 - Universidad de Chile

mos preguntarnos acerca de los efectos que la mercantili- zación ha tenido sobre la narrativa publicada desde 1990 hasta la actualidad (2019). Las presiones mercantilizadoras sobre las producciones ficcionales se advierten al interior de los propios textos, así como en su lugar dentro de la crítica y el mercado. ******* Una vez reinstaurada la democracia, la literatura dio un giro radical. Pienso en los 90 y la emergencia de la Nue- va Narrativa y su adscripción a la promesa neoliberal: la globalización de la literatura. Entiendo esto último como la negación de todo signo de identificación territorial, en última instancia la negación de un contexto latinoameri- cano, el uso de un español neutro, facilitador para el lector mundial y las posibles traducciones, la cita de alta cultura y la exclusión total de toda problemática social. ******* Más acá de los 90, mucha literatura neoliberalizada se ha publicado y se sigue publicando. Que la literatura mostró la crisis antes del estallido, sí, pero no toda. No puede haber aquí una defensa corporativa, gremial, que intente dejar a la literatura como un oasis de crítica, sospecha o denuncia constante. No, porque mucha narrativa ha acompañado a los discursos oficiales, plegándose acríticamente a la natura- lización del modelo. Sólo basta pensar en todos esos relatos sin anclajes, con ausencia o débiles referencias a todo aquello que pueda sonar a latinoamericano y que se ofrece desde una neutralidad globalizada. Sólo ese aspecto nos habla de un sujeto/a sumiso, desmovilizado, inhabilitado para ejercer presión o intentar cambiar su estado de desesperanza. ******* La ficción atada a la representación de lo real deviene de una episteme, la neoliberal, que acosa al sujeto/a, que no le da tregua, cuyo fin es su destrucción o la obediencia del sometido/a al manual neoliberal. Ante esto surge la mayor parte de las veces de manera incipiente y en otras de manera radical, una estética de la derrota, y es precisamente esta derrota la que prefigura el estallido social. Sin embargo, hay un aspecto importante que la literatura prácticamente no vio, no fue capaz: el entusiasmo, la confianza colectiva en que quizás esta sea la vez en que la infame ruleta del poder escuche las demandas del pueblo. Presenciamos la sorpren- dente y hasta alegre reinstalación de la utopía contra la cual los partidos políticos y su corruptela connatural ya están complotando para convertirla en anuncios de campaña que les permitan refundar su deslegitimado poder. ******* Tal como plantea la posmodernidad, la estética neo- liberal incluye también la falta de verdades absolutas y la fragmentación del sujeto. Pero es precisamente por ahí por donde se comienza a filtrar un excedente antihegemónico, me refiero con esto a indicios de torsión a la lógica neolibe- ral. En las narrativas de mujeres y homosexuales y en las de la memoria, los gestos antihegemónicos dejan de ser indi- cios de subversión y pasan a formar parte de su contenido fundamental. Sin embargo, es necesario hacer una salve- dad, la literatura homosexual masculina burguesa emerge como una tendencia ya no marginal, sino visible y, por lo general, como un dispositivo orientado a realzar poder y clase, deslizándose hacia una banalidad autocelebratoria y una sexualidad convertida en objeto de consumo. ******* Hubo que esperar hasta los 2000, fecha en que se con- memoraron los cuarenta años del golpe militar, para que nuestra narrativa diera un giro hacia la historia. La publi- cación de posmemorias ha significado la vuelta hacia una ficción que se nutre de no ficciones y que retoma la dicta- dura desde el punto de vista de los hijos. El lenguaje deja su transparencia, su consumo facilista, que se había hecho habitual, para poner en jaque la épica de los 70 y cobrar Felipe PoGa 55

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