Palabra Pública - N°13 2019 - Universidad de Chile

no eran como nos las estaban contando. El 11 M fue, ocasionó y significó muchas cosas terribles. También fue una despedida (triste) al Editor. Ese día hubo que buscar fuera. Fuera de los medios de siempre. Fuera de los focos. Era lo que estaban haciendo miles de personas, dando la espalda a la prensa consagrada y prestando atención al murmullo de la comunidad. Han pasado años de aquello, los weblogs y los fotologs fueron sustituidos por blogs a secas y, luego, por las hoy omnipresen- tes redes sociales. Y los grandes moderadores del debate que eran los me- dios de comunicación se fueron desdibujado. Tal vez no esperábamos que el rumor de la colmena di- rigiría las resoluciones de los ejecutivos con corbata de los grandes conglome- rados mediáticos. Eso sí fue una sorpresa. Pero, si lo pensamos mejor, cuán- to más fácil y más barato resulta armar un reportaje con las opiniones vertidas por personajes públicos en Twitter. Cuánto más ren- table, dejar que hable la colmena en vez de investi- gar y contrastar. Y cuánto más estadístico e incontes- table, remitirse al número de clics para mostrar a la junta de accionistas que, como los añejos ratings de la televisión, los diarios están dando al público exacta- mente lo que el público quiere leer. En el camino, el criterio de autoridad del perio- dista y del editor quedó sepultado bajo ese murmullo incesante que (nosotros lo hemos elegido) irrumpe en nuestra vida en cualquier momento del día. Tantas voces a las que escuchar. Tantas personas a las que se- guir. Tantos interlocutores a los que responder. Tan- tas cosas sobre las que opinar. Tantas conversaciones simultáneas que tener. Tantas peleas a las que echar fuego. Tanta gente a la que gustar. Vivimos sumergi- dos en una marea en la que la realidad nos llega sin filtro y sin intermediarios (sin editores), con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. El contacto se per- fila directo, horizontal. Podemos llegar sin mediado- res a aquellos que nos interesan; e incluso puede que nos respondan. Podemos encontrar a nuestros pares y unirnos para quejarnos, elevar la voz, organizarnos. Podemos asistir con morbo al striptease virtual de los héroes caídos y presenciar sus confesiones, sus mea culpa. De una ciudadanía silenciosa -podríamos de- cir incluso que aborregada- y entrenada para escuchar, en me- nos de dos décadas nos conver- timos en una masa vociferante que opina de todo, que sabe de todo, y que tiene cientos de cosas que decir sobre cualquier tema. Que enjuicia, critica, se- ñala, escrachea, y escribe, escri- be con incontinencia y sin ho- rario. Una colmena de creadores de aforismos de 280 caracteres, más o menos ingeniosos, en los que “la opinión ha sido elevada a la categoría de verdad” (como apunta el sociólogo Miguel del Fresno). Seguimos cada día el rumor de la colmena, que es un rumor ensordecedor, a ve- ces descriteriado, desinformado (o sobreinformado). Porque, como decía Hannah Arendt, “la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los he- chos mismos”. La colmena ya no está hecha de la anarquía libertaria de los primeros años, ni es la nueva frontera del sueño revolucionario, sino el territorio de los nuevos monopolios de Amazon, Facebook y Google. Y nosotros nos movemos, como con anteo- jeras, entre esos grupos parecidos siempre a nosotros mismos, y también, más recientemente, algo cautelo- sos por las sospechas de que allí, detrás de la pantalla, alguien nos espía, y no sólo sabe qué vendernos sino cómo dirigirnos y a dónde llevarnos. Y así hemos lle- gado a donde estamos: al feudo de la posverdad y al estruendo de las fake news . ¿Cuánto hemos perdido? ¿Cuánto hemos gana- do? Yo, disculpen la nostalgia, a veces, muchas veces, echo de menos al Editor. “Seguimos cada día el rumor de la colmena, que es un rumor ensordecedor, a veces descriteriado, desinformado (o sobreinformado). Porque, como decía Hannah Arendt, ‘la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos’”. 54

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