Palabra Pública - N°13 2019 - Universidad de Chile

Podemos empezar por hacer bien nuestro trabajo. Porque la divulgación de desinformación, incluso por omisión o desconocimiento, supone en realidad que un periodista o un equipo de periodistas no está haciendo su trabajo como debe. Ya sea porque está mintiendo de manera deliberada o porque ha fallado a la hora de comprobar la información que disemina. En ambos casos, la responsabilidad de cara a la au- diencia es de quien distribuye la mentira. Si bien la confianza en los medios ha decaído, la prensa cuenta aún con un enorme poder de ampli- ficación. Puede que ya no seamos los responsables de decidir qué entra o no a la arena de la discusión pública, pero sí seguimos manejando los reflectores y algunos de los altavoces del estadio. Debido a ello, y pese a que muchos parecen olvidarlo, tenemos una responsabilidad mayor que el resto de productores de contenido que pululan en internet. Lo explicaba la investigadora danah boyd en una conferencia que brindó en septiembre de 2018: “No todos los medios son iguales. Sí, el post de un blog puede hacerse viral, pero cuando un medio noticioso importante decide cubrir una historia que hasta ese momento sólo había recibido oxígeno de parte de algunos bloggers logra amplificar ese mensaje de cara a una audiencia mu- cho mayor. Las decisiones de los medios tradicionales importan. Incluso en un mundo dominado por las redes sociales. Lo que los medios eligen amplificar tiene profundas ramificaciones en lo que la gente discute, comparte e investiga por su propia cuenta”. Léase, los medios y periodistas tenemos una respon- sabilidad de mantener la discusión pública libre de vertidos tóxicos, libre de desinformación. Porque la desinformación, en esencia, siempre beneficia a alguien que no es el público al que servi- mos. Ya sea que detrás haya un interés económico o político o de cualquier otro tipo, la información de- liberadamente falsa que recorre redes sociales y otros rincones de internet a la espera de que un periodista despistado la levante y amplifique en su medio de co- municación va dirigida siempre hacia el mismo obje- tivo: enlodar la discusión pública y convencer a quie- nes participamos de ella de que dudemos de todo, incluso de aquello que sabemos cierto. No se trata siquiera ya de convencer a nadie de nada, se trata tan sólo de mancharlo todo con la sombra de la mentira para que la audiencia se vea incapacitada de discrimi- nar entre hechos y falsedades. Nuestro trabajo, por si todavía hace falta decirlo, es precisamente aportar las herramientas para que podamos seguir separando unos de otras, servir de dique y no de desagüe cuando tenemos la desinformación delante. “[El trabajo de los periodistas] es aportar las herramientas para que podamos seguir separando hechos de falsedades, servir de dique y no de desagüe cuando tenemos la desinformación delante”. 50

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