Palabra Pública - N°13 2019 - Universidad de Chile

conversaciones que las llamadas noticias falsas eran siempre cosa de otros, que en todos esos diarios con redacciones menguantes y periodistas haciendo cada uno el trabajo que antes hacían tres o cuatro colegas nadie cometía nunca errores, nadie reproducía nun- ca noticias susceptibles de ser corregidas de cabo a rabo poco después, todos chequeaban todo y publi- caban sólo información a prueba de balas. El caso más emblemático fue el de ese director que mencionaba líneas arriba, quien me hablaba de la prolijidad con que trabajaba su redacción mien- tras yo miraba a mi derecha un pequeño cerro de ejemplares pasados del periódico impreso, donde a diario aparecía en portada un titular poco defendi- ble –alguna cita entrecomillada, un hecho fuera de contexto, una mentira flagrante– acerca de un expre- sidente reciente, que coincidentemente era uno de los principales accionistas del diario. Como escribía Delia Rodríguez en el artículo que citaba antes, los periodistas, en nuestro solipsis- mo, parecemos olvidar que “todo tiene un autor, un culpable que ha encargado el tema, unas manos que lo han ejecutado aunque no lo firmen”. Quienes no lo han olvidado son aquellos que antes llamá- bamos lectores y hoy conocemos como audiencia, y la desconfianza que sienten hacia nosotros es un testamento de ello. Según la edición de 2018 del Latinobarómetro, en promedio sólo el 44% de los encuestados en países de la región confía en los medios de comunicación. Son particularmente sangrantes los casos de El Salvador (24%), Méxi- co (35%), Guatemala (36%) y Chile (38%). Solo para acentuar el contraste, un promedio de 64% asegura confiar en la Iglesia, que ya sabemos no está viviendo sus mejores días. Si el público desconfía más de nosotros que de una de las instituciones más golpeadas por graves escándalos en los últimos tiempos, quizá valdría la pena mirarnos al espejo y preguntarnos, con sinceridad, a qué se debe. Esa pérdida de confianza, sumada al precario estado de nuestra industria, podría sugerir que los periodistas tenemos poco que hacer de cara a un público descreído que nos mira con suspicacia y no parece dispuesto a garantizar nuestra supervivencia. Pero, en realidad, por fácil que parezca entregarse a esa visión fatalista, hay mucho que podemos hacer. Alejandra Fuenzalida 49 DOSSIER

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