Palabra Pública - N°13 2019 - Universidad de Chile

estamos –los hechos, los lúcidos– pero olvidamos, lastimosamente, cuánto hemos contribuido nosotros mismos a esa división. Cuánto hemos contribuido al deterioro de nuestra propia industria y al descrédito de nuestro oficio. El corporativismo, ombliguismo y la búsqueda de chivos expiatorios no son vicios nuevos entre los periodistas pero, como señala el director de CJR, la situación de permanente crisis en que se encuentra nuestra industria desde hace un tiempo, los ha exa- cerbado. Por supuesto, es perfectamente entendible que la precariedad y amenaza constante en que buena parte de la prensa realiza su trabajo en nuestros días nos hagan buscar refugio en la autoconmiseración y el señalamiento de enemigos externos, pero haríamos mejor, quizá, en empezar a barrer por casa y zanjar las deudas pendientes con nuestro propio trabajo. Como decía la periodista española Delia Ro- dríguez en un artículo que he citado ya alguna vez, “[Internet] ha sacado lo peor de los medios, conver- tidos hoy en una industria contaminante que lanza vertidos a la sociedad, sólo que en lugar de adulterar el agua potable lo hace con las ideas que respiramos”. No hay casi medio en nuestro idioma que, en un ejercicio de honestidad, no pueda reconocerse en esas palabras, aun cuando nos cueste (mucho) admitirlo. En ese sentido, resulta notable el esfuerzo que los periodistas hacemos por tratar las llamadas fake news (hablemos mejor de “desinformación”, volveré a esto en breve) como si se tratara de un fenómeno ajeno a nuestras redacciones, una suerte de meteorito que nos ha golpeado desde el espacio exterior sin que me- diara intervención alguna de nuestra parte. Desde que en noviembre de 2016, el periodista y especialista en verificación de datos Craig Silverman diera alas al término en un artículo de Buzzfeed don- de describía cómo un centenar de sitios noticiosos manejados por adolescentes en Macedonia estaban ganando miles de dólares al mes publicando artículos falsos sobre la campaña presidencial norteamericana, las fake news o noticias falsas han sido una obsesión de la prensa. El término ha ido variando y suman- do significados, hasta que, gracias a la compulsión tuitera de Donald Trump, ha sido completamente vaciado de sentido. En palabras del presidente nor- teamericano, una noticia falsa es cualquiera que vaya en contra de sus intereses. Para hablar de la publica- ción de información deliberadamente falsa o enga- ñosa, es mejor que utilicemos el término desinforma- ción ( Network Propaganda. Benkler, Faris y Roberts, Oxford University Press, 2018). Pero, para empezar, deberíamos sincerarnos y tomar conciencia de nues- tra responsabilidad en su diseminación. Hace no mucho conversaba con un director de periódico en un país al que me habían invitado para dar una charla sobre desinformación y medios di- gitales. Recorrí algunas redacciones para conocer la forma en que los periodistas locales trabajaban para así preparar mejor mi intervención. Me sorpren- dió, aunque en realidad no tanto, descubrir en esas “Si bien la confianza en los medios ha decaído, la prensa cuenta aún con un enorme poder de amplificación. Puede que ya no seamos los responsables de decidir qué entra o no a la arena de la discusión pública, pero sí seguimos manejando los reflectores y algunos de los altavoces del estadio”. 48

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=