Palabra Pública - N°12 2018 - Universidad de Chile

revertir el racismo, la pobreza y la creciente desigualdad provocada por décadas de neoliberalismo. Los proble- mas económicos no fueron pocos y la oposición de las élites, enorme. Algún líder de esa izquierda desconfió de las élites que tenía alrededor o de la veleidad de sus propias bases o se enamoró del trono y no quiso aban- donarlo y se alargó en el poder, desconociendo el pacto de la alternancia y, sobre todo, la necesidad de abrirle paso a los sucesores. Tal vez sea cierto, pienso con tristeza, que algunos se dejaron llevar por ese poder al que nunca habían ac- cedido, que no estuvieron a la altura de sus promesas, que tuvieron que transar en espacios políticos histó- ricamente turbios donde siempre hubo transacciones ilícitas. Que fue por ahí que salieron sus contendores, a difamarlos, a denunciarlos por hacer las mismas cosas que ellos mismos habían hecho. Sea como fuere, sin que lo avizoráramos se invirtió la marea y en su reflujo apareció una derecha distinta, una derecha que había comprendido ciertos trucos del populismo y estableció el suyo propio –un populismo excluyente que asocia- mos con el fascismo por falta de mejores términos. Tal vez no debiéramos usar esa palabra equívoca para nombrar lo que se nos viene encima: una derecha tan racista, clasista, nacionalista y desvergonzadamente mi- sógina como la de antaño, aunque no golpista. Una derecha que fue fraguando discursos de odio, que fue alimentando a su base de inquina y de desprecio por los otros que no eran sus iguales. Todo eso mientras creíamos que estábamos pudiendo reconocer a los de- más en su diferencia y cuidar el modo de nombrar a los demás deshaciéndonos del insulto y la humillación, es decir, creyendo, acaso ingenuamente, que habíamos aprendido el valor de cuidar del otro que vive, trabaja y sueña entre nosotros y como nosotros. Ahora com- prendemos que estábamos equivocados, equivocadas: alguien estaba concitando el odio a nuestras espaldas. Eso es lo que llevaba años haciendo, por ejemplo, la de- recha en los pueblos y los campos y hasta en los rinco- nes más desolados (y armados hasta las muelas) de los Estados Unidos. Tal vez ese trabajo previo explique que Donald Trump, haciendo estallar ese odio, subiera en las encuestas y se tomara la presidencia (sin el voto po- pular pero con un gran margen de votantes blancos de la derecha conservadora, supremacista, religiosa). Y de un momento a otro, a grito pelado, a golpes incesantes de tuiter , cambiara las reglas del juego político e hiciera lo que quisiera respaldado por el partido que lo había hecho presidente. Como un espejismo pesadillesco y sureño algo similar ha sucedido con Jair Bolsonaro, un deslenguado diputado de derechas que aprovechándo- se del trabajo sucio hecho por otros se convirtió en el nuevo presidente de Brasil. Y si digo que tal vez fascismo no sea la palabra adecuada es porque lo que conocimos como fascista era un mo- vimiento idealista de entre-guerra, modelado sobre las “Tal vez no debiéramos usar esa palabra equívoca (fascismo) para nombrar lo que se nos viene encima: una derecha tan racista, clasista, nacionalista y desvergonzadamente misógina y excluyente como la de antaño, aunque no golpista”. P.53 Dossier / Nº12 2018 / P.P.

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=