Palabra Pública - N°12 2018 - Universidad de Chile

Los noticieros esa tarde mostraron las piedras que en su agobio lanzaron los migrantes y el daño causado a las fuerzas especiales, pero la cámara obvió enfocar a los cientos de mujeres y ancianos que saltaron al río Suchiate en su intento desesperado por respirar y llegar a México. Ni siquiera informó sobre los dos niños muertos en pleno puente a causa de los gases. Luego de la tormenta/enfrentamiento se llamó a la calma, se negoció con los encargados fronterizos, al- gunos de los integrantes de la caravana se enfilaron y comenzaron a pasar en grupos de cinco personas, tal como lo habían solicitado las autoridades mexicanas. “Avancemos ordenadamente, compañeros”, se escu- chaba alto y claro por un megáfono. Pero muchos no lograron atravesar la frontera ese día. Los rezaga- dos deberán esperar en el mismo puente anhelando cruzar, sin asistencia humanitaria, a la intemperie, en condiciones indignas y con la incertidumbre de no saber cuánto tiempo tendrán que soportar para ser atendidos por las autoridades. No tuvieron otras alternativas de recepción, en Ciudad Hidalgo el al- bergue temporal fue cerrado. Pese a que horas antes el nuevo presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, dijo que “hay que hablar con los migrantes, ofrecerles opcio- nes y protegerlos, que puedan tener albergues, que si son familias se cuide a los niños y al mismo tiempo buscar soluciones para que tengan posibilidad de tra- bajo”, el personal del Instituto de Migración (INM) y las policías federal, estatal y municipal se dedicaron a obstaculizar el acceso a territorio mexicano bajo di- versos medios, y gestionó únicamente el ingreso con la condición de someterse a una detención migrato- ria. El miedo por una posible deportación aumentó y se hizo visible en sus caras cansadas. El diario vivir en la caravana Las condiciones para migrar no son fáciles. La carava- na de centroamericanos sufre la incertidumbre todo el tiempo. Los destinos cambian, los buses prometidos no llegan y los kilómetros que faltan por avanzar se tornan inimaginables. En general, cada jornada hay que moverse a un nuevo lugar. La hora de salida es entre las tres y cuatro de la madrugada porque a me- dida que avanza el reloj, el sol hace imposible seguir desplazándose a pie. Las sandalias empiezan a quemar la piel, las ampollas proliferan y los síntomas de la in- solación no demoran en aparecer. Más aún para los ancianos, mujeres embarazadas y niños pequeños. Pese a que cada lugar trata de recibirlos de la mejor manera, la infraestructura no da abasto para alber- gar a los cerca de 5 mil migrantes que hoy compo- nen la caravana, lo que se traduce en condiciones indignas para cualquier ser humano. Los piojos y las pulgas abundan, los baños se rebalsan, el agua potable se agota antes de oscurecer, las personas se agolpan en filas para pedir un plato de comida o un café y al llegar la noche la tos es parte del concier- to nocturno, cuando es posible dormir. Casi todos están enfermos. Con el lema “la unión hace la fuerza” comenzó a correrse la voz y de las doscientas personas que eran en un inicio, terminaron siendo más de mil las que el 13 de octubre tuvieron el coraje de abandonar sus hogares en Honduras en busca de un mejor porvenir. P.14 P.P. / Nº12 2018

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