Palabra Pública - N°10 2018 - Universidad de Chile

cuentos y llegó la hora de leerlos, los hombres no dejaron que ninguna mujer fuera jurado. Mi rabia nacía por su capacidad infinita de acabronarse con los puestos de toma de decisión. Pero me quedaba sólo en eso, en la rabia. En mis tiempos, la anarquía era sinónimo de revolución. Qué lindo que anarquía se escriba con tantas letras A. Me suena a rebelión feminista. Pero la anarquía de mi época era machista. Hace dos años, un compañero que era del FEL me escribió para que nos tomáramos un café y conversáramos de un proyecto audiovisual contra el acoso sexual callejero. Dijo que yo podría orientarlo como integrante del OCAC. Nos juntamos en un café. Intercambiamos algunas ideas y luego, de a poco, em- pezó a introducirme hacia una confesión. Dijo que le daba vergüenza, que estaba arrepentido, que no sabía cómo llegó a eso. Y yo, mierda, qué hizo este hueón. En el fondo me decía: necesito que tú, mujer feminista, escuches este testimonio de mi masculinidad y me evalúes, me redimas y me perdones en nombre de la justicia universal. OK, dije, cuéntame. Y sacó un cuadernito con un relato. Contaba que el segundo semestre de 2009 había llegado una chica de intercambio desde La Serena. Me acuerdo de ella perfectamente, le dije. A él le gustaba, ella era coqueta, pero a la hora de consumar se iba con otros. En su tira y afloja mi compañero nunca recibía lo que quería y eso le hacía hervir la sangre. Una noche estaban carreteando y ella fue al baño y él la siguió. La apretó contra un muro, la inmovilizó, le metió la lengua a la boca y le dijo: por qué con ellos y conmigo no. Ella se separó y lo escupió. Salió corriendo y llorando. Mientras mi compañero me lo contaba, también lloró. Ese día de la confesión, mi molestia se quedó en la anécdota. No fui capaz de aplicar la consigna elemental: lo personal es político. No vi que el relato de mi compañero no es particular, le pasa a más, le pasa a otras, le pasa a otros. Cuando hablamos de violencia (y por lo tanto, de política) es una buena idea generalizar. Es demasiado probable que un hito se repita como patrón porque somos un fractal de toda la violencia macroestructural. Tampoco me cuestioné que si son personas, eso que les pasó les va a acompañar siem- pre, va a estar presente en su práctica periodística, en sus decisiones familiares, en su sentir amoroso. Es obvio, nos conformamos a partir de las personas que nos rodean y “Estamos padeciendo un conflicto, la lucha entre el feminismo y el patriarcado. Y esa lucha no es nueva ni acaba acá. Toda revolución tiene un componente generacional. Este es el mensaje de las estudiantes de hoy, el mapa que dibujan y que heredarán para gente más nueva que, en su momento, también desdibujará para volver a construir”. P.51 Dossier / Nº10 2018 / P.P.

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