Mapuche Nütram

59 Cuando volvió a su tierra, tenían a su mujer, con sus 10 hijos y a sus nietos, sus cosas y sus animales, todo y a todos, afuera de su tierra. Carabineros les impedían el paso: una familia de colonos alemanes llegaría a vivir allí. “Te vas o te mueres”, dice que le dijeron. El despojo también le había tocado. Entonces la familia se disgregó. Elisabeth no sabe bien dónde partieron, sólo sabe que su bisabuelo Juan Catrilef Ojeda subió a Rupanco, con su mujer y sus hijos, armó su ruka , donde dormía en su trülke naltu (cuero de oveja), a la orilla del kütral (fuego), y desde allí nunca más lo sacaron. Allí nació su abuelo Efraín. Atrás habían quedado la lengua y las tradiciones. El nuevo exilio corrió por cuenta de la naturaleza. Era 1962 y la tierra en Rupanco había quedado tan destruida por el terremoto más grande que recuerde el hombre moderno ocurrido dos años antes, que la familia, esta vez compuesta por Efraín y Lucinda y sus 17 hijos, debieron partir en busca de otras tierras que le permitieran el sustento. Bajaron a Cascada, donde Elisabeth vive hasta hoy. Y esta vez sería otra familia la que se disgregaría. Yolanda Catrilef Méndez, la mamá de Elisabeth, no sabía que estaba embarazada. El padre del bebé José Efraín Lizama Soto, el joven amor de Yolanda, tampoco supo nada cuando su propia familia también abandonó Rupanco, producto del terremoto. Elisabeth creció creyendo que Efraín y Lucinda eran sus padres. Hasta que un día a la edad de 9 años, una tía, molesta, en medio de un juego, le confesó: “Tú no eres hija de la mamá”. Y Elisabeth partió donde su ñuke (mamá) a preguntarle. “Ahí empezó todo el descubrimiento, de saber quién era mi madre, mi familia, mis raíces”. Su camino de descubrimiento fue lento. Recién los 23 años conoció a su padre. “En esos tiempos yo trabajaba como auxiliar en una farmacia, y se me ofreció la oportunidad de irme a trabajar a Chiloé. Entonces pensé: me voy en busca de mi padre. Y me fui”. Cuando lo tuvo enfrente, Elisabeth no necesitó decirle que era su hija. Él la reconoció de inmediato. Le dijo que ella era el fruto de un gran amor. Fue el segundo impulso que necesitaba Elisabeth para convertirse en lo que es hoy: una educadora tradicional mapuche, que rescató la lengua en su familia y que trabaja día a día para que la comunidad de Osorno utilice también diariamente su lengua y sus tradiciones. Cuando Elisabeth lo conoció, decidió cambiar sus apellidos y pasar de ser Elisabeth Catrilef Catrilef a ser Elisabeth Lizama Catrilef. “Cuando cambié mis apellidos, empecé a buscarme, para no perder mi identidad. Y llegué a la Conadi a reconocerme como mujer mapuche-williche , lo cual me llevó a buscar también y a encontrarme con mi identidad williche ”. Ese camino la llevó, primero, a postular a un diplomado en educación intercultural, en el que, en un principio, no quedó por no pertenecer a una comunidad, pero al que después pudo acceder, porque los profesores de la Universidad de Los Lagos, donde ella entró a estudiar, vieron tal grado de compromiso que hablaron con el apu ülmen (cacique mayor) Antonio Alkafuz Canquil, quien la autorizó para que entrara al segundo año. En la universidad pudo reconocer todas esas tradiciones mapuche que ella vivió desde niña, sin saberlo y empezó a tomar cursos de chedugun (variante williche de la lengua). “Reconocer en ese diplomado que yo era una mujer mapuche-williche , el llevar el nütram a la ruka de mi ñuke , me fue fortaleciendo”, recuerda. Así, ella iba contándole a su ñuke lo que aprendía y a los 40 años se enteró que su cheche la recibió cuando nació. ‘Eso tú lo viviste, esto fue así, por ejemplo, cuando naciste’, le dijo su ñuke . Elisabeth Lizama Catrilef

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