La revolución norteamericana, auge y perspectivas

LAS CAUSAS DE LA REVOLUCION NORTEAMERICANA IY DE LA DECLARACION DE INDEPENiDENCIA Cristidn Guerrero Yoacham Cuando en Febrero de 1763 se firmó el Tratado de París que puso fin a la Guerra de los Siete Años, como se la llamó en Europa, o Guerra Franco India, como se la denominó en América, Inglaterra, triunfante en el conflicto, quedó en posesión de unas 30 colonias en el mundo americano, que se situaban desde la Bahia de Hudson en el norte hasta las márgenes del río Orinoco, en la América del Sur. De estas colonias, trece de ellas, situadas en la costa oriental norte– americana, que se habían establecido allí desde 1607 en adelante, habían alcanzado hacia 1763 una madurez política, social, económica y cultural y habían adquirido una confianza en sí mismas y en sus propios medios tan grande, que no sólo se diferenciaban de las res– tantes colonias británicas del Caribe y de las recién incorporadas al Imperio por el resultado de la guerra, sino que estaban preparadas para asumir una mayor responsabilidad en la dirección de sus propios asuntos dentro del ámbito imperial. Este hecho nos permite postular, como marco de referencia, que la madurez alcanzada por las colonias norteamericanas continentales, va a ser la clave para su lucha contra la Metrópoli y de los resultados positivos que en ella tuvieron. Por desgracia para las colonias y también para el Imperio, lejos de lograr la autonomía que buscaban, Inglaterra eligió el momento preciso para reforzar las antiguas limitaciones impuestas al comercio colonial y para establecer una serie de medidas tendientes a la centra– lización administrativa del Imperio y al logro de ingresos a las arcas reales, escuálidas después del conflicto de los Siete Años. Para muchos líderes de las 13 colonias, los objetivos que perseguía Inglaterra, fueron desde un primer momento, una desviación grave de las políticas seguidas anteriormente y también, de los preceptos constitucionales. Desde el punto de vista de Inglaterra, la resistencia que desde un primer momento mostraron las colonias continentales norteamericanas, cuando todas las restantes posesiones del Imperio se sometían dócilmente, era una novedad extraña que podía consi– derarse como revolucionaria. A los ojos de los grupos que entraron

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