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Un segundo campo de disputa era la Democracia Cristiana que, más que un
partido de centro, era un complejo social y doctrinario. Desde allí surgió el Mapu,
en 1969, y la Izquierda Cristiana en 1971. Y, como queda claramente establecido
en el trabajo de Hormazábal, esas escisiones no agotan la existencia de una
vertiente de izquierda en la Democracia Cristiana. La derecha ejerce una fuerza
despiadada sobre la DC., pero demora en lograr sus objetivos. En definitiva, se
impone el alma más conservadora de la DC. Es un punto muy debatible ---y en
él ciertamente discrepamos con Ricardo Hormazábal--- pero me he formado la
convicción que el diálogo que Allende impulsó con la DC., más allá de la
oposición socialista, que no lo vetó o impidió, no fructificó por fuerzas que
operaron dentro de la Democracia Cristiana.
Un tercer campo de disputa eran las Fuerzas Armadas. Respecto de ellas uno se
pregunta: ¿cómo no ocurrió antes, cómo se demoró tres años en armarse el
golpe militar? Lo que quiero insinuar es que algún fundamento había en la
“política militar” de Allende, que permitió contener durante tres años la
operación de protección del statu quo que las Fuerzas Armadas, corazón del
estado, debían realizar. Durante tres años esas Fuerzas Armadas se abstuvieron,
en general, de una acción en contra de un proceso revolucionario que planteaba
metas y objetivos rupturistas. Actuaron así porque estaban imbuidas de un
sentido de acatamiento a la legalidad que finalmente se desgastó y terminó por
quebrarse bajo la presión de la derecha y de la influencia norteamericana.
¿Fue viable el proyecto de la Unidad Popular? Uno de los principales actores era
partidario de la dictadura del proletariado ---pero eso no calzaba con la vía que
estaba aplicándose--- y otro era partidario de la lucha armada ---pero eso
tampoco correspondía a las definiciones básicas del proyecto---. Entonces, ¿con
estos actores asincrónicos y asimétricos con el proceso, era el proyecto posible?
La vía chilena al socialismo no era una quimera. Era difícil, muy difícil, muy
compleja y exigente, pero posible. Desatar dos nudos problemáticos pudo
haberla hecho viable. Uno fue la posibilidad de conglomerar las fuerzas de
Allende y Tomic, punto en el que, creo, estamos de acuerdo con Ricardo
Hormazábal si bien seguramente nos costaría concordar cómo. En los primeros
meses de gobierno UP hubo un desplazamiento de amplios sectores que
apoyaban a la DC hacia el apoyo a Allende: la UP, que ganó la presidencial con
un 36% obtuvo pocos meses después un 51%. Pero la izquierda de entonces no
consideró esa acción estratégica, que no encajaba en el sentido común de una
época que concebía a la izquierda y a la Democracia Cristiana como opciones
distintas y fuertemente competitivas. Nuestra izquierda, todos nosotros,
usábamos un cinturón de castidad ideológico, hacíamos una lectura canónica de
la teoría, leíamos más los libros que la realidad. La fuerza de los progresistas
predominaba en ese momento en la DC. Pero después del asesinato de Edmundo
Pérez al promediar 1971, los tres diálogos con la DC fueron negociaciones
políticas que el sector conservador de la DC no deseaba que prosperaran.
El otro nudo era la cuestión militar. Siempre he pensado que el principal objetivo
de una “política militar” era, para la Unidad Popular, conseguir una clara
conducción democrática de las Fuerzas Armadas que no tuviera prejuicios contra
el proyecto allendista. Me parece y me parecía menos importante la formación
de militantes en destrezas militares básicas, útiles sin duda, pero sin
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