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El autor fue presidente de la Juventud de la Democracia Cristiana en esos años
difíciles, y elegido uno de los diputados más jóvenes de nuestra historia en 1973, le
correspondió enfrentar la derrota en las elecciones de la FECH cuando la izquierda
lograría un triunfo decisivo para su ulterior agenda política nacional. Hormazábal no
sólo tuvo acceso a la información directa que nos reporta en este trabajo,
especialmente por su contacto personal con muchos de los protagonistas más
relevantes de su partido, sino que fue también un actor decisivo en muchos debates
que desencadenaron hechos políticos de incidencia en la atribulada realidad nacional
durante el gobierno de Allende. Su análisis es, por tanto, uno que está dominado
por el recuerdo directo, pero sobretodo por la inspiración de un joven de aquellos
años quien creía, efectivamente, en la viabilidad de un sistema económico y social
más justo construido dentro de los límites de la democracia tradicional. Así como
fue un opositor activo y convencido contra el gobierno de la Unidad Popular, así fue
también con posterioridad un declarado opositor al gobierno militar, el cual excedía
en forma impensable la reacción que él mismo y muchos miembros de su partido
habrían pensado como legítima contra el gobierno elegido en 1970. Hay aquí
entonces un testimonio muy valioso de quien no cambió sus puntos de vista a lo
largo de todos esos años: fue un demócrata convencido antes y después del golpe
militar, y un actor cuya figura pública y sus acciones desde que fue un dirigente
estudiantil, lo coloca lejos de la sospecha de estar jugando un doble estándar, como
tantas veces ya hemos visto en muchos que postulan la democracia sólo con el
propósito de servir sus propios intereses, o los que le colocan distintos apellidos
para identificar un oportunismo tan profundo como cierto.
Hay en esta obra un valioso rescate de la memoria histórica de esos años. En todo
el fenómeno recordatorio de los 30 años del golpe militar que hemos vivido
recientemente, se han evocado los sucesos y sus prolegómenos, y muchos de los
actores principales han puesto sus reflexiones y recuerdos en manos del público
común. Libros, entrevistas y reportajes de prensa han puesto de relieve los hechos,
pero poco han contribuido a entender las razones, las poderosas influencias y los
gigantescos errores que llevaron a la peor crisis institucional de la historia de
nuestra patria. La mayor parte de aquellas contribuciones ha servido para recordar
los hechos, preñadas aún de un tinte ideológico que es difícil de extraer para
cualquier analista interesado. Cuando se han postulado algunas explicaciones sobre
los eventos relatados, se ha tendido a insistir en los debates ya conocidos en la
época, reviviendo más bien que interpretando las corrientes que fueron dando
forma a los resultados históricos. Con ello, tal caudal de contribuciones ha aportado
muy poco en la construcción de la explicación, o las explicaciones, que todos
requerimos sobre las causas profundas de los eventos que vivimos, y no han sido en
general aportes dirigidos a crear conocimiento nuevo sobre el tema. Este proceso de
reconstrucción de la memoria nacional sobre esos difíciles años a lo más ha logrado
ratificar aquel conocido postulado referido a que la elaboración de la historia
requiere tiempo y observadores distintos a los protagonistas, para así evitar que las
interpretaciones se contaminen demasiado con las vivencias personales y los
inevitables juicios de valor.
Una de las tareas más difíciles es llevar a las nuevas generaciones la interpretación
de la historia en una forma purista, ya que la misma no pasaría de ser sino una
recopilación de hechos. La necesidad de vincular esos hechos por medio de una
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